Presentación


por Luis Espinosa

CUANDO EL ARTE TRANS(F)HORMA

Un proyecto colectivo convocado por Maggie Atienza

Fui testigo desde un comienzo, una foto ofreciendo objetos en una red de venta en Internet motivó a Maggie Atienza Larsson a comenzar esta aventura.
Una enorme cantidad de hormas de zapatos ordenadas por pares sobre el piso de un galpón oscuro y descascarado.
Fui testigo de la enorme energía de la artista poniéndose en movimiento al encontrar en este hallazgo la oportunidad de activar una nueva red.
Red que se mueve hacia el pasado homenajeando a personas que dejaron huella en su vida y su arte. Red que se mueve horizontalmente hacia los lados y con ímpetu hacia el futuro al convocar a pares, artistas compañeros de camino y a los que han sido sus alumnos y ya transitan las rutas del arte.

La generosa apertura de Maggie, lanzada sin red a tejer la red, repercute, rebota, enlaza, suscita, conecta. Toda una serie de acciones que no dependen de ella sino que al ser generadas a partir de su llamado, comienzan a estructurar su verdadera obra: una escultura social.

Ya desde el título elegido nos impulsa al juego relacional del lenguaje. Es claro que Horma y Forma son una misma palabra modelada por el tiempo. Horma es molde, patrón, una manera de asegurarse la repetición. Forma es el lugar del arte, es la configuración en un aquí y ahora, de relaciones y estructuras en las que será posible leer un sentido. Sentido que siempre roza las preguntas acerca de lo que es verdaderamente humano en la humanidad.
Pero “transforma” o “transhorma” propone esa ruptura de los límites que parecen impuestos por el destino.

La convocatoria es un incentivo para la tarea de modificar la realidad y al mismo tiempo que se retuercen y acomodan las relaciones humanas, las gratitudes y los egocentrismos, los diálogos y las incomunicaciones, los desplantes y los reencuentros, se va tejiendo la densidad de esta obra que es mucho más que una suma de individualidades y menos todavía una competencia comparativa.
Es la toma de conciencia de la diferencia como aporte al todo, como responsabilidad individual sobre lo comunitario.

Podemos imaginar la cantidad de zapatos que se han montado sobre estas hormas en su historia productiva. Podemos imaginar zapatos iguales, de distinto color, con cambio en algunos detalles. Imaginar a las personas que los han usado. Marcar en un mapa una línea por cada recorrida hecha a través de las calles de una ciudad u otra. Destacar los cruces entre dos o más recorridos, los tramos en que varios recorridos van juntos engrosando la línea. Recorridos que se detienen para siempre o los que recién comienzan y se destacan por su irrupción en un espacio en blanco. Todas estas vidas transformadas por un sinfín de relaciones aparecen aquí metaforizadas en cada pieza cada obra de un artista individual aportando al conjunto.

Viejas hormas que en algún momento estuvieron en los estantes del taller de un zapatero.
Hoy, objetos obsoletos para un mundo que desborda tecnología industrial pero que al mismo tiempo destruye lo que queda de las relaciones humanas.
El espectador podrá contemplar el conjunto como obra orgánica que late a su propio ritmo, o detenerse en esas partes que se relacionen con sus propios intereses. Verá cómo, de infinitas maneras, se conectan una ideas con otras, unos seres con otros. Se verá involucrado, será parte, intérprete, creador de sentidos, degustador de hallazgos.

Maggie Atienza observa ese mapa entrelazado y reconoce los puntos más significativos en su vida, el momento del encuentro con los otros, con aquellos que con generosidad le tendieron su mano y entabla un diálogo que es a la vez homenaje a pequeños o grandes gestos de personas que dejaron su huella en esta vida. Y con ese gesto dice Gracias.

La horma de lo humano se desborda del deber ser, del sentido de la norma (palabra con la que también se emparienta) pero que se supera en la forma. Forma que encuentra su expresión en la diversidad, en cada detalle de estas hormas trabajadas por la mano de artistas que transforman y transformando ejercen esa vocación del ser humano sobre sí mismo y sobre el mundo. La conciencia de que ningún esfuerzo es solitario, si mira hacia el otro, es solidario.